Mi gran maestro de amor
Mi gran maestro de amor
Hace unos días mi hija cumplió años; me encanta verla crecer y que cada vez es más independiente, aunque también siento un poco de nostalgia, ¡Crecen tan rápido! Aunque suena a cliché, parece que fue ayer que llegue con una pequeña en brazos y debutaba como madre. Cuando me embaracé pensaba iba a ser yo quién le enseñará un millón de cosas, con el paso de los años me he dado cuenta que ella llego para enseñarme más de lo que pensé:
A su lado he aprendido a compartir; tiempo y espacio. Disfruto dormir en la orillita de la cama y con piecitos en la cara. Sí, sigue durmiendo con nosotros, seguimos colechando. Hay días que la invito a su cuarto y después pienso que qué más da, es mi única hija y en poco tiempo no querrá compartir la cama. Sigue siendo un placer abrir los ojos, ver su rostro y sentir cerca su respiración.
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Con mi hija aprendí a re descubrir el mundo, detenerme a admirar cosas que pasaban desapercibidas; los bichos, las flores, la luna, el sol, las nubes y la lluvia. Explicar de dónde proviene cada cosa y tomar el tiempo para observar. Me volví más apreciativa. Pasamos la vida tan a aprisa que no nos detenemos a disfrutar lo bello que la naturaleza tiene. Gracias a ella me he tomado el tiempo de quitarme los zapatos y sentir el cosquilleo del pasto en mis pies. Ahora veo el mundo de otra forma.
Me ha enseñado a aceptar y amar sin condiciones, más allá de su temperamento, de sus rabietas, de sus manías y malos ratos; a recordar cada día que ella es única y auténtica, que no vino a darme gusto o a ser como yo quiero que sea. He comprendido que no puedo cambiarla, que mi única misión es guiarla y amarla, que no es una extensión de mis gustos o pretensiones, que su personalidad es introvertida y extrovertida cuando se le da la gana. Que siempre será ella y respetar eso, es una forma de amarla.
A su lado he aprendido de paciencia; ha sido lo más difícil para una mujer que solía tener carácter fuerte y dominante. Aprendí a esperar a que se ponga los zapatos, que termine su comida, que se vista, sus pasos cortos pero firmes, su llanto fuerte y prolongado, sus conversaciones largas y a veces sin sentido. Esas pequeñas esperas me han enseñado que no debo correr o presionar, que poco a poco nos sabe mejor. Un día no tendré que esperar sus pequeños pasitos, no llorará porque quiere el vaso rosa, sus problemas serán otros, por ahora espero y disfruto.
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Me ha enseñado que la infancia es la mejor etapa, que en ella se vive y se disfruta intensamente; tuve que re aprender a jugar, no me había dado cuenta que lo había olvidado. Jugar a las traes, escondidas, carreritas, muñecas y comidita, es lo que ocupa gran parte de su agenda y vaya que si lo disfruta. Verla jugar me hace apreciar la belleza de ser niño.
Aprendí que puedo reinventarme para ser mejor persona por y para ella, me di cuenta que no soy un producto terminado (ni ella lo es) que las personas cambiamos y evolucionamos cuando se ama a alguien con todas sus fuerzas, que no soy la misma de antes, ahora soy mejor, ella me hizo mejor persona.
Me ha enseñado a valorar el tiempo porque pasa tan rápido que no lo notamos, me doy cuenta cuando sus pantalones ya le quedan cortos. A veces le temo un poco al paso de los años, pero por ahora disfruto de su hermosa presencia, de sus locas ideas, de sus bailes y sus cantos, de su creatividad e inocencia. Un día el tiempo llegará y sin pedir permiso la convertirá en un adulto que ya no necesita tanto de mamá, por hoy he decidido disfrutar cada segundo.
Cuando la abrace por primera vez no sabía todo lo que estaba por venir y reconozco que me equivoqué, ella me ha enseñado más cosas de las que imaginé. Los hijos son unos grandes maestros de amor.